Por Luis Gregorio Sosa Grajales
Un elemento
innegable que caracteriza nuestros días, aparte de la revolución en las
tecnologías digitales, es el boom de ciertos productos
culturales destinados al entretenimiento masivo, como las cintas de
superhéroes. Año tras año, decenas de estas obras, muchas de las cuales abordan
temáticas controvertidas actuales (potencialmente explotables en la academia)
llegan a las y los jóvenes a través del cine, la literatura, la música y
el Internet. Mi duda es: ¿nada de esto puede rescatarse y
ser utilizado en las aulas?, ¿nada de esto tiene potencial o un valor
educativo que deba aprovecharse? Me parece que aún no hemos considerado todas
las posibilidades que estos recursos nos ofrecen.
Hace un par de
años, un colega me preguntó qué representaba la máscara de Guy Fawkes que
utiliza el grupo de hackers Anonymous, y que han portado cientos de
jóvenes durante las diversas movilizaciones sociales de los últimos años. “¿Tienen
algún ‘simbolismo oculto’ esos antifaces?”, cuestionada, “¿a qué debemos
su uso? Yo creo que es un doble discurso, pero espero tú puedas responderme eso”.
Y remató: “Eres joven y debes saberlo. Y la verdad, que me da pena
preguntarle a mis alumnos”. Sonriente, le respondí que no existía ningún
simbolismo escondido, ni teoría de la conspiración. En realidad, la respuesta
era más simple de lo que parecía…
El uso de la
máscara de este personaje británico por miles de jóvenes durante
manifestaciones políticas recientes y por el grupo de ciberactivistas Anonymous,
se debe un referente cinematográfico muy popular de los últimos años: V,
anárquico protagonista de la cinta V for Vendetta (basada en
el comic de Alan Moore), se ha convertido en un referente de insurrección e
ícono del “poder del pueblo sobre los gobiernos” para las nuevas
generaciones. Esa es la razón de su uso, le señalaba a mi decepcionado colega:
la máscara de V, es usada como un
símbolo por la juventud, un referente que, aunque representa la anarquía y el
combate a la opresión, proviene del cine comercial.
Y es que al igual
que esta popular película de 2006, todos los años diversos filmes (por no citar
libros, canciones, historietas y otras expresiones de la cultura actual, como
los memes), contienen referencias que podrían ser utilizadas con fines educativos
o instruccionales, y que sin duda, serían de gran ayuda para que muchos
profesores motiven la discusión y el debate entre sus estudiantes con
referentes que les son próximos (el ya conocido aprendizaje situado)
¿O acaso los dilemas morales que sugieren cintas como Avatar (2009)
y The Dark Knight (2008) no darían pie a una interesante
reflexión sobre la ética y los valores en la sociedad actual? Si
filósofos contemporáneos como Slavoj Ẑiẑek ven en estas cintas una fuente
inagotable de discusión (Living in the end times, 2012), ¿por qué muchos
de nosotros nos negamos a utilizar estos referentes en las aulas?
La respuesta
quizás es simple: por el esnobismo que se gesta al creer que existe una cultura superior (representada por el conocimiento que proviene de la ciencia y la
academia), en la cual la cultura popular (el saber popular, el
conocimiento cotidiano) no tiene cabida por ser superflua y banal, una especie
de clasismo del conocimiento. Y la verdad, no hay nada más equivocado que ese
concepto.
Los productos
culturales de entretenimiento masivo ofrecen una amplia gama de
recursos esperando ser explotado en las aulas por los docentes. Filmes, libros,
canciones, manifestaciones culturales y artísticas del internet, incluso
videojuegos, son fuente inagotable de recursos esperando ser capitalizados en los centros escolares.
Con lo anterior,
tampoco digo que los profesores tienen el deber u obligación de consumir todo
aquello a lo que tienen acceso sus estudiantes: no se trata de ir de un extremo
al otro. Tampoco pretendo afirmar que el conocimiento obtenido desde la cultura
popular es universalista: al contrario, este siempre debe situarse, pues al
surgir desde las artes (las cuales están plagadas de la o las ideologías de los
autores) no se puede utilizar como un referente moral. Lo que sí trato de
enfatizar es que, desde la escuela, debemos combatir el mito que nos dice que
en la cultura popular “no existe conocimiento alguno”, mucho menos saber
que pueda ser rescatado con fines académicos. Todas las expresiones de la
cultura pueden utilizarse para el desarrollo del conocimiento, y si estas
expresiones nos sirven como referentes para lograr aprendizajes, tendrán quizás
un valor agregado. Hoy por hoy, considero que no existen
“culturas o conocimiento superior”, con lo
bueno y lo malo que eso implica.
Ya antes he
sostenido que uno de los cánceres más fuertes de la educación actual, es la
creencia (ampliamente aceptada y expandida) de que la ‘mejor
forma de enseñar, es aquella en la que fuimos instruidos’, pues esta ideología no solo pasa por alto el
saber propio de los estudiantes y la forma en la que estos (fuera del ambiente
escolar) construyen o adquieren el conocimiento, sino también sus referentes
culturales, su creatividad personal, e incluso sus propios intereses.
Acompañando a este síndrome, viene el ya conocido síntoma de caricaturizar a
los jóvenes como entes carentes de creatividad, imaginación e ingenio, zombis
faltos de interés y motivaciones, cuando quizás somos nosotros los
que producimos tales situaciones. Tal vez sea hora de que dejemos el debate
estéril sobre lo que es “bueno y malo” para los estudiantes, y
explotemos las potencialidades que el conocimiento, surja de donde surja, nos
puede ofrecer. Con un poco de suerte, hasta Superman o el Hombre Araña podrían
ayudarnos en esa tarea.
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