Por Luis Gregorio Sosa Grajales*
La idea de que el conocimiento es algo exclusivo de
contenidos o medios académicos se encuentra en crisis. Hoy por hoy, una amplia
variedad de libros, filmes, canciones, historietas, e incluso otras expresiones
de la cultura popular electrónica (como los llamados memes de internet) ofrecen a los profesores una infinidad de recursos,
ejemplos y analogías que pueden utilizarse para reforzar o complementar los
aprendizajes de los estudiantes. Sin embargo, es notorio que aún persiste un
rechazo desde la academia por utilizar (en las aulas) otros tipos de saber y
conocimiento. La razón de esto: desconocimiento y esnobismo.
La modernidad y su lógica de progreso están
fundadas en el cientificismo lógico. Como resultado de estos procesos, la
escuela del siglo XX sólo consideró como válido y “real” al conocimiento que
provenía de la ciencia, y que en última instancia, se producía en la academia y
centros del saber asociados.
Otros tipos de conocimiento (el saber diario, el
que proviene de nuestras culturas originarias, el conocimiento espiritual, e
incluso el que se encontraba reflejado en obras de la cultura popular) han sido
vistos desde entonces como saberes de segunda, innecesarios y superfluos ante
la “verdad única”: el conocimiento comprobable, estructurado y sistemático al
que sólo podemos acceder con el método científico.
Sin embargo, las realidades actuales y los nuevos
escenarios de globalización y pluralidad, han puesto en crisis esta premisa,
generando tensiones que se viven cada vez con mayor fuerza en los centros de
estudio, sobre todo en las universidades. Y es que el ideario de
una ‘cultura superior’, herencia del cientificismo y la escuela
modernista, parece haber llegado a su fin. El término de este paradigma, sin
embargo, no proviene de la sustitución de un sistema por otro, sino que se está
dando al replantear una lógica que hemos considerado como única y verdadera. Y
es que nunca existió una ‘cultura superior’, gestora de todo el
conocimiento y el saber ‘real’. Lo que sí existe es conocimiento y saber como
concepto y como sistema que integra todo lo humano: venga de donde venga (eso
sí, no siempre con el mismo valor, relevancia o intensidad).
En ese sentido, la escuela modernista se ha
encargado de hacernos partícipes de una suerte de clasismo del conocimiento, el
cual, en muchos casos, sigue imperando en el discurso educativo. El conflicto
aumenta al encontrarse algunos de los reproductores de esta ideología (profesores,
diseñadores del currículo, académicos e investigadores) con los jóvenes nativos
de la globalización, la digitalidad y de la Sociedad de la Información y el
Conocimiento, sujetos que su propio saber de todos los espacios y todos los
medios a los que tienen acceso. Esta tensión puede llegar a ser
irreconciliable, y en algunos casos puede producir –entre otros factores– que
se debilite la relevancia y la pertinencia de la educación en el imaginario de
los estudiantes.
Ya antes he sostenido que uno de los cánceres más
fuertes de la educación actual, es la creencia de que el ‘mejor conocimiento,
el mejor saber y la forma correcta de enseñar, es aquella en la que fuimos
instruidos’, pues esta ideología no solo pasa por alto el saber propio de los
estudiantes y la forma en la que estos (fuera del ambiente escolar) construyen
o adquieren el conocimiento, sino también sus referentes culturales, su
creatividad personal, e incluso sus propios intereses.
Acompañando a este síndrome, viene el ya conocido
síntoma de caricaturizar a los estudiantes como entes carentes de creatividad,
imaginación e ingenio, zombis faltos de interés y
motivaciones, cuando quizás somos nosotros los que producimos tales
situaciones al imponerle a los jóvenes formas y modelos de pensar, de
adquirir el saber y construir el conocimiento que ya no son dominantes en
el mundo actual.
Tal vez sea hora de que dejemos el debate estéril
sobre el saber “bueno y malo”, y explotemos las potencialidades que el
conocimiento, venga de la fuente que venga, nos puede ofrecer al momento de
generar saber relevante y pertinente para nuestra sociedad y sus necesidades.
* Originalmente publicado en Forbes México.
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