Por Luis Gregorio Sosa Grajales*
¿Cuál
es el problema más fuerte que vive la educación en nuestros días?, ¿la
insuficiencia de los presupuestos?, ¿la mala calidad de los aprendizajes y la
deficiente formación de los maestros?, ¿la corrupción y la politiquería
magisterial?, ¿la pérdida gradual del sentido educativo?, ¿la crisis y la
carencia de empleos? Pero, ¿qué tal si existe otro componente más? Y no hablo
de la falta de interés de la sociedad, me refiero a la excesiva necesidad de
buscar y señalar los problemas en vez de poner manos a la obra y actuar. Porque
poniendo el dedo varias veces en el renglón, ningún dilema se resolverá.
Camino
por la mañana hacia una escuela rural. El calor es fuerte, el sol pica mi piel
mientras circulo por un tramo polvoriento, sin ninguna sombra a la vista, en
una comunidad donde reina la pobreza y el abandono. Aquí poco importan los
indicadores perfectamente construidos, las siempre pensadas recomendaciones de
organizaciones civiles; mucho menos las buenas intenciones de políticos, o las
reformas que se cocinan en las grandes capitales. Aquí lo que importante es
hacer bien el trabajo, con lo poco que se tiene. Porque ese poco, significa mucho para muchos.
Platico
por horas con el grupo de profesores que visité. Hablamos de sus problemas
diarios, sus inquietudes, sobre cómo pinta el panorama para ellos. No pude
contener una inquietud personal, y les pregunto por el valor y la utilidad que
les han dejado los múltiples esfuerzos que asociaciones civiles y no
gubernamentales, institutos, colegios y universidades, llevan a cabo para
cartografiar cada centímetro de la extensa problemática educativa mexicana. La
respuesta fue lapidaria. “No nos hacen falta diagnósticos”,
responden: “la enfermedad ya la conocemos, la vivimos. Necesitamos la
medicina, pero esa nomás no la vemos”.
Creo
que allí muere la demagogia de cualquier discurso, pues no hay nada más cierto
que eso. Los profesores que viven día con día cada uno de estos dilemas, en el
campo y en la ciudad, no requieren recetas encapsuladas a manera de soluciones.
Requieren acciones directas, y las necesitan pronto.
Pues
más allá de las buenas intenciones con las que surgen, los diagnósticos que
describen la naturaleza, dimensiones y riesgos de los problemas educativos
nacionales, de nada sirven si no vienen acompañadas de acciones concretas que
incidan directo sobre los fenómenos, a la par de que son estudiados.
Sin
embargo, la mayoría de estas organizaciones pronto (y muy eficazmente) delegan
dichas acciones al Estado, recordándole su responsabilidad constitucional de
impartir educación laica, gratuita, obligatoria y de calidad para todos. Qué
fácil. Como si no supiéramos que el gobierno mexicano se encuentra rebasado en
su capacidad de atender no solo las problemáticas educativas, sino además, las
demandas sociales, de salud, de vivienda, de alimentación, de economía y de
seguridad.
¿Por
qué no gastar los 10 o 100 millones de pesos que cuesta otro profundísimo
diagnóstico, en acciones directas que incidan sobre la realidad educativa?,
¿acaso eso no es también ineficacia en la inversión de recursos: gastar en algo
que ya se hizo? Creo firmemente que no pasar a la acción, en buena medida es
herencia de la investigación educativa, en su más férrea tradición por
describir, analizar y estudiar las cosas de por vida, desde lejitos y sin actuar. Estimadas
asociaciones y colectivos: ¿por qué no seguir el ejemplo de aquellos pocos que
sí hacen investigación-acción? Estimados colegas: ¿por qué no vivir las ideas
de Freire y otros tantos? Quizás es porque suenan bonito en las páginas de un
texto, y feas al momento de actuar. Porque actuar es innovar, y a eso pocos se
arriesgan.
Ninguna
organización o institución tiene el poder o la capacidad para exigir despidos,
pedir transparencia y renuncias, decir en qué gastar el presupuesto, ni
recomendar otras tantas soluciones, si su aporte a la educación de México, por
enésima vez, es decirnos donde están los problemas con un bonito y muy bien
impreso informe. Basta de utilizar el argumento que no existe “suficiente
evidencia para avanzar y actuar”: esa es la principal causa de que muchos
problemas sigan igual.
“El
reto es grande”, dicen algunos: pues es hora de poner en marcha soluciones
equivalentes. Que no les gane el miedo por salir, cambiar las cosas, e innovar.
Quizás y con eso, tenemos un tema distinto del cual hablar en nuestros futuros
diagnósticos. ¿A poco no?
Originalmente publicado en Cultura Educativa.
Originalmente publicado en Cultura Educativa.
Yo veo que la incapacidad de actuar es producto de 500 años de esclavitud en el pensamiento, herencia de un feudalismo arraigado en la actualidad. Ong`s inciden en las problemáticas ciertamente ponen, señalan y describen los fenómenos que vivimos, sin embargo la pregunta en este momento no es Quién tiene la capacidad de actuar? Sino a, Quién quiere y es capaz de actuar?
ResponderEliminarLos fines de la educación deben estar claros y fuera de la demagogia, 100 años no le quedan de vida al planeta, la filosofía debe ayudar a mudar pensamientos, no solo los que vienen deben hacerse conscientes, los que estamos, debemos serlo y tenemos la obligación de actuar, diría Einstein, "Aquellos que tienen el privilegio de saber tienen la obligación de r", de aquí a 2030 indicadores muestran incremento considerable en la población, decrenentos considerables en recursos alimenticios, energeticos y no renovables, el caos está a la vuelta de la esquina, actuar es una obligación de índole capital, la demagogia no nos salvará, mucho menos señalar los problemas. La investigacion-accion que tu mencionas Luis Gregorio debe unirse a Accion-Conciencia-Sustentabilidad-Sostenibilidad del Mundo, no sólo del país.