Odiamos el compromiso. Con temor veo que la profecía de
Lipovetsky y muchos otros acerca de que el hedonismo, el egoísmo y la eterna
búsqueda del placer narcisista están aniquilando el compromiso generalizado por
las grandes cosas, es más que nunca un hecho
comprobable. Sin embargo, con temor aún mayor veo que esa aversión por el
compromiso no es reflejo de un amor exacerbado hacia nosotros mismos: más bien
se trata de lo poco que practicamos este valor, empezando por el que deberíamos
tener hacia nuestra persona.
Hasta hace poco, existía la creencia generalizada de que
nadie, con un poco de sentido común y autoestima, quería envenenar el aire que
respira, eliminar al amigo que admira, destruir una relación a la que aspira, o
dejar en cenizas a la sociedad y economía que lo sostenía. Quien lo hacía, era
debido ideas suicidas, autodestructivas o tantas otras psicopatologías.
Sin sonar anticapitalista, creo que
vivir en una sociedad basada en el consumo ha
vencido esa premisa: percibir las cosas que existen en la realidad como un
bien, un servicio, un objeto consumible, desechable y renovable al que podemos
acceder, ha atrofiado el valor de la responsabilidad (madre del compromiso) que
tenemos de casi todo. Hoy en día, muchas personas actúan como si tuviéramos un
mundo más para vivir cuando este se termine, que los amigos y las relaciones
son un servicio material que podemos utilizar y desechar, que la sociedad, la
economía o el gobierno se transformarán si hago un cambio en mis preferencias
de consumo (el voto). La vida a la carta que
sentenciaba Lipovetsky, donde todo y todos somos objetos de consumo, y no hay
nada más erróneo que esto.
La falta de compromiso por las cosas surge (y se alimenta) de
un imaginario social donde todo es accesible, renovable, efímero, auto-satisfactorio
e inmediato. Ya nada es para siempre, no hay proyectos a largo plazo, todo
siempre debe renovarse, moverse, transformarse, incluso nosotros mismos. Lo que
permanece está out, demodé, YOLO.
Renuévate una y mil veces, luego muere, pero nunca permanezcas.
La falta de compromiso por nosotros mismos surge como reflejo
de estas circunstancias: transformarnos en algo efímero, destinado a caducar,
que cada cierto tiempo debe renovarse para no extinguirse; nos encerramos en el
círculo vicioso del cambio permanente y constante, en detrimento de
comprometernos con algo mayúsculo que hará posible la gran
renovación, aquella que generará transformaciones equivalentes
dentro del sistema. Porque solo el compromiso por nosotros mismos generará
cambios que, eventualmente incidirán en nuestras relaciones, familia, la
sociedad y el planeta en sí. No viceversa.
Y es que no podemos decirnos comprometidos con algo (ideales,
relaciones, personas, el mundo), si en primera instancia no lo hemos hecho con
nuestra persona. En esa misma lógica, tampoco podemos exigirle compromiso a
otro u otros, cuando vamos por el mundo sin la menor responsabilidad por nadie
ni nada.
Y lo sé, esto último puede doler. Desde hace algunas semanas,
busqué consolidar un compromiso con una persona a la que aprecio, cuando ni
siquiera yo estaba cuidando mis propios compromisos. Epic fail.
Hoy por la noche, antes de ir a la cama, creo que pensaré en
mis compromisos actuales. Aquellos relacionados con mi familia, amigos, mi
actual empleo, mis metas, y sobre todo, conmigo mismo. Los resultados quizás
sean menos divertidos de lo que creo, pero al menos, serán muy útiles para mi
vida. Eso es lo que más importa ahora, después regresaré a rescatar al mundo.
Deséenme suerte.