Por Luis Gregorio Sosa Grajales*
Según
cuenta la leyenda, hace apenas un par de décadas no había nada cool en la ciencia ficción. Quizás los
más jóvenes no lo recuerdan, pero traer playeras de Star Wars o los X-Men,
saberte de memoria las frases del Joker
de Ledger y recitarlas cada que se puede, presumirle a tus amigos que acabas de
leer un comic increíble, ser trekkie o un fan de Spielberg… Bueno, todo eso es
bastante reciente.
Aun
cuando la ciencia ficción ha tenido un fuerte impacto en la cultura de masas durante las últimas
décadas (los filmes más taquilleros de los setenta y ochenta, por ejemplo, son
fábulas del género: Star Wars y ET respectivamente), ésta se vio por
mucho tiempo relegada a un mero asunto de niños y jóvenes. El género de la
trivialidad, del infantilismo; la novela absurda para pequeños, una subespecie
entre lo establecido.
Los
orígenes del cliché se remontan a nacimiento mismo del sci-fi en la literatura.
Varios escritores de este género de novelas (aun cuando sus obras se volvieron
clásicos, fuentes de inspiración inagotada a la fecha), estaban convencidos que
sus textos eran material de segunda. Literatura sub-especulativa, narrativa
hueca que les abriría la puerta a mejores piezas, mejores relatos. Ya para el
siglo XX, con la llegada y el boom
del séptimo arte, la falsa idea llegó para quedarse: la ciencia ficción era simple
y barata de producir, y por ende debía ser barata y burda en su contenido. Y
así lo fue, salvo casos excepcionales, por más de siete décadas.
Cuenta
la leyenda que Star Wars cambió las
cosas. No lo veo de esa forma, pues confesarte amante del género durante los
años subsecuentes al estreno de esta cinta y sus secuelas, no se volvió una
práctica legitimada: no era el tópico por excelencia para hacer nuevos amigos
en una fiesta, mucho menos platicar durante una buena borrachera. La ciencia
ficción seguía siendo tema para nerds, geeks y otros marginados, esos que
amaban las computadoras, los comics, la escuela, y todo aquello que no cuadraba
con el resto del planeta. El máximo valor de la saga escrita por George Lucas fue, como si se tratara de un
agricultor virtuoso, poner la semilla correcta en el momento y lugar adecuados,
con la esperanza de que algún día, brotase el fruto que todos queríamos probar.
Y
ese fruto eventualmente, vio la luz durante la década de los noventa. Sí,
quizás algunos digan que la cosecha fue recogida por Cameron y su último Terminator, o por Spielberg en su Parque Jurásico. Aunque en realidad, el
verdadero triunfador de estas conquistas alcanzadas fue la ciencia ficción en
su calidad de género amplio. Gracias al avance tecnológico en materia de
efectos visuales que se dio durante esta etapa, por fin se conquistó el
anhelado sueño de revalorar la ciencia ficción, y catapultar un proceso de
legitimación generalizada. Cualquier cosa imaginada, escrita, planteada o
soñada, podría ahora trasladarse de manera efectiva a la gran pantalla, por
complicada o difícil que fuera, y con la sola promesa de que el cine la haría
llegar a todos los rincones del planeta. Los límites a partir de entonces
fueron las ideas, y el género día con día iría cobrando mayor impacto y
relevancia.
Porque
los niños que crecieron con aquella saga galáctica de los setenta, ahora eran
padres de familia que llevan a sus hijos a ver nuevas películas del género.
Porque aquellos otros niños, los que crecieron viendo como los dinosaurios
volvían a la vida en la era moderna, después se asombraron que nuestro mundo
fuera la invención maquiavélica de unas máquinas. Porque los escritores de
libros de ciencia ficción comprendieron el valor que el género ahora tenía, y
se sentaron inspirados a escribir la siguiente gran novela que venderían como
película. Porque los superhéroes llegaron, nos hicieron creer en ellos gracias
a la magia de los efectos visuales, y salvaron el día.
Por
todo esto, hablar de ciencia ficción dejo de ser tema de raros o de locos. Es
parte insoslayable de la cultura moderna, elemento clave de nuestra narrativa. Ser
geek y saber de sci-fi es cool a la
fecha, una tendencia en la moda, en los hábitos del comportamiento y consumo de
nuestros días. ¿Acaso saludar como Spock, con tu playera del raptor inteligente de Jurassic Park,
mientras tu iPhone porta una funda de Iron-Man
no te da estilo y pertenencia? Las implicaciones de la respuesta no nos invita
a especular sobre la posmoderna fusión de las culturas, sino que nos empuja a
la duda más simple y directa: ¿qué pasará cuando una tendencia se agote?
Alentándonos
a la reflexión sobre el tema, Gilles Lipovetsky nos obsequió en su Imperio de lo Efimero una sepulcral sentencia:
todas las modas se agotan con la misma fuerza y velocidad con la que surgieron.
Y siendo honestos, no observo ningún elemento que me permita sugerir que, para
este caso, dicha pauta se romperá.
Ya
en la actualidad, las novelas, comics y cintas de sci-fi parece encontrarse en
una crisis de la fórmula. Al mismo paso que los efectos especiales se vuelven
más realistas, las ideas se agolpan, chocan entre sí, y se erosionan por el
desgaste. La ciencia ficción está en crisis, y como nuestra economía, se
encuentra en una profunda recesión. El infinito reciclaje, la extensión de las
ideas o el plagio descarnado, son ya elementos diarios de un género que otrora
se definió por su carencia de fronteras, de espacios o de límites claros. La
idea es explotar lo más posible una fórmula redituable, dejando la forma, el
contenido y la calidad en segundo plano. Y esa, amigos míos, será la razón por
la que muchos en un futuro cercano, abandonarán esta moda pasajera por la
ciencia ficción y volarán a nuevos horizontes.
Remitiéndome
a un ejercicio clásico del género, y mirando a un futuro cercano y devastador,
puedo advertir que en un par de años, conocer referencias sobre Star Wars,
héroes de Marvel, viajes en el tiempo, robots y dinosaurios no será tan cool como es ahora. Entonces, amigos
míos, la ciencia ficción volverá a ser tema de marginados e inadaptados. Que
vueltas que da la vida.
® Derechos Reservados. Originalmente publicado por Revista Quatro.